Vivimos en un mundo material. Y no me refiero a la vanalidad de tener cosas, sino que es imposible vivir sin dinero y bienes, seríamos presa fácil de los elementos y de otros depredadores. La pregunta es ¿cuánto es lo necesario para vivir de manera digna? En la actual estructura social trabajamos para obtener dinero y tenemos dinero para vivir, así funcionan las cosas. Pero ¿podría haber otro esquema en el que el hombre podría no solo sobrevivir sino ser feliz?
Es lo que Chris McCandless hace dos décadas se preguntó. Un muchacho estadounidense recién egresado de la universidad, con muy buenas calificaciones pero con una situación familiar difícil, decidió dejarlo todo en busca de la aventura, pero no era el tradicional viaje de “mochilazo”, quería vivir sin un solo centavo y en completa soledad. Esta historia fue inmortalizada en un libro y película llamada Into the Wild cuyo autor es Jon Krakauer.
Recientemente vi la película dirigida por Sean Penn. Tiene escenas espectaculares y aunque algunas tomas se me hicieron demasiado experimentales o pretenciosas, es una gran película, tiene música hipnótica del cantante de Pearl Jam, Eddy Vedder.
Chris en su trayecto encontró personas de las cuales aprendió mucho, una pareja de hippies con mucha libertad pero con un peso grande del pasado, unos agricultores que amaban su trabajo, una pareja de escandinavos en las orillas del Río Colorado y un anciando deseoso de compartir con alguien los últimos días de su vida. De todos ellos aprendió algo, el valor del trabajo, de la amistad, de la familia y del amor. Encontró a una muchacha de 17 años cantante y se enamoraron, su forma de ser libre le atrajó pero finalmente fue más fuerte el objetivo de Chris, Alaska.
Buscaba el lugar más remoto y más hermoso. Aunque conectaba con otros seres humanos, él sentía que las relaciones solo producirían dolor y esto porque vivió en casa las peleas violentas de sus padres. Pensaba que la naturaleza era benevolente y le iba a dar todo lo que necesitaba, vaya que se equivocó.
Encontró en el bosque de Alaska un autobús abandonado y decidió hacerlo su casa. Pudo sobrevivir el duro invierno con utencilios básicos y algunas habilidades de supervivencia que adquirió. Llegada la primavera estaba listo para regresar, pero la naturaleza le jugó duro. Primeramente al cazar un alce, quiso transportar la carne pero resultó imposible, se le echó a perder rápidamente. Al ver como los lobos se comían lo que quedó del alce, sintió miedo de su alrededor y se dio cuenta que existe la ley de la jungla y podría ser presa.
Pero el último truco de la naturaleza vino de una planta que comió que le dañó permanentemente el estómago, no podía ni tomar agua. Pasado los días su debilidad y su falta de alimento lo fue matando, no podía ni pedir ayuda por lo remoto que estaba. Se entregó a lo inevitable y viendo al cielo perdonó a sus padres, liberándose al fin, irónicamente, de su dolor interior, para morir después de agonía de varios días.
Esta historia de la vida real, aunque trágica (la vida real normalmente lo es) nos enseña que el mayor alimento del alma es el amor y que podemos aspirar a vivir en armonía con la naturaleza, aunque tenemos el poder sobre ella, finalmente busca un balance. No necesitamos perder todo para saber lo que tenemos, creo que se manifiesta ante nosotros con la gratitud y sobretodo al dar de nosotros mismos, siempre dar. Así se consigue el balance y se obtiene la verdadera felicidad.